Magdalenas de aceite de oliva

Ayer, 28 de Febrero, celebramos el Día de Andalucía y hoy desde mi blog quiero rendir mi particular homenaje a mi tierra. 

La verdad es que yo nunca he sido de banderas, ni de himnos y ni una nacionalidad ni una autonomía han dado sentido a mi vida ni me hacen pensar que soy mejor o peor que cualquier otra persona sea de donde sea y viva donde viva. Yo soy yo con y a pesar de las circunstancias que me rodean sin necesidad de entrar en más explicaciones y por supuesto sin ánimos de levantar polémicas ni entrar en debates en los que no tengo el más mínimo interés de participar.

Eso no quita que no me guste mi tierra y aprecie y valore las cosas buenas y bonitas que tiene así como también conozco y reconozco las cosas menos bonitas. Pero es que esto pasa en cualquier lugar y no hay persona que por muy feliz que sea y muy contenta que esté con su vida no se plantee alguna cosita que le gustaría cambiar para que todo fuera aún mejor.

Para rendir homenaje a la tierra que me ha visto nacer y crecer traigo el ingrediente que más la representa o al menos esa es mi opinión. Hablar de Jaén y pensar en aceite de oliva virgen extra (AOVE) es todo uno. Este oro líquido que es pilar fundamental de la dieta mediterránea, grasa saludable allá donde las haya e ingrediente impresdincible en mi cocina del día a día aún no tenía una receta propia en mi cocina virtual y es imperdonable.

No sólo por el hecho de vivir en tierras jiennenses sino porque desde mi hogar contribuimos de manera humilde a la producción de tan preciado ingrediente.

Como es un homenaje no voy a entrar en polémicas como la mala explotación que hacemos en origen de este producto, el bajo precio que se paga al agricultor en relación al que paga el consumidor final, la venta a granel a países extranjeros que después venden a precio de oro el producto ya envasado en España ni tampoco voy a entrar en contar el frío que se pasa para recoger las aceitunas ni lo duro que es el trabajo. De todo esto ya hablaremos más adelante cuando tenga ganas de polemizar y debatir.

He elegido un dulce tan sencillo como típico. Las magdalenas. ¿Quién no se ha comido alguna vez una magdalena? Caseras, industriales, de panadería...  seguro que en alguna ocasión las habéis probado.

Actualmente contamos con una variedad muy amplia a la hora de desayunar, de merendar o de preparar la comida del recreo a nuestros hijos, pero hasta hace unos cuantos años (y todos sabéis que no gasto tantos) nuestras opciones eran mucho más limitadas, sobre todo si vivías en un pueblo.

Ahora los supermercados están llenos de bollería plastificada y hay colores, formas y sabores donde elegir, pero cuando yo era pequeña no había LIDL, ni Mercadona, ni DIA  y los grandes hipermercados (Alcampo, Continente, Pryca (estos dos últimos son el Carrefour actual), Hipercor...) sólo estaban en capitales de provincia y no en todas. En los pueblos teníamos las tiendas de barrio y las panaderías y seguro que más de uno me daréis la razón en que había productos que se anunciaban en televisión (aquella de dos únicos canales que yo conocí también) pero que no encontrabas en las tiendas de tu pueblo.

En aquella época te hinchabas de bocadillos en el recreo y en la merienda y si lo tuyo era el dulce te mandaban al colegio con una torta de aceite o de manteca, con mucha suerte rellena de chocolate, y eras la niña más feliz del patio. 

Magdalenas, bizcochos y galletas eran los reyes de los desayunos, y los más afortunados desayunaban cereales (en realidad muy pocos). Si tu madre estaba bondadosa merendabas una palmera de chocolate o una cuña de crema (en mi pueblo se las llama triángulos) y un poco después empezaron a verse las primeras napolitanas cuyo relleno de chocolate nos sabía a gloria pero para eso sí que tenía que ser casi día de fiesta.

Recuerdo la revolución que supusieron Phoskitos y Bollycaos que empezaron a ser habituales en el patio del recreo pero en realidad no le ganaron la batalla, al menos mientras yo estuve en el colegio, a las tortas y los bocadillos caseros.

En realidad hay recetas que forman parte de nuestra vida diaria y aguantan estoicamente el paso de los años aunque haya modas que pisen más fuerte. Podemos preparar el dulce que queramos en casa (no me digáis que no ha entrado como un vendaval la tarta tendencia de galleta) pero antes o después nos vamos a ir a por una receta "de las de toda la vida" y acabaremos haciendo un bizcocho o unas magdalenas porque sabemos que son ideales para desayunar, que nos gustan y que no vamos a dejar ni las migas.

Podremos cambiar mil veces los ingredientes, y hasta el nombre si me apuráis para hacerlos más sofisticados y modernos, que en el fondo nos gustan las recetas de toda la vida y nos gusta volver a ellas porque siempre triunfan.

Con todo este bagaje a mis espaldas era casi delito que no hubiera publicado unas sencillas y riquísimas magdalenas de aceite de oliva. Receta básica de las de "fondo de despensa" pero sin embargo muy top en cuanto a sabor, esponjosidad, aroma...

La receta es una adaptación de la de Xavier Barriga que desde hace años ha sido compartida y versionada en la blogosfera.

Y no es que crea que puedo mejorar la receta de Xavier sino más bien que conozco el producto que traigo entre manos y tenía clarísimo que la cantidad de aceite de oliva que utiliza en su receta era excesiva para el aceite de oliva que tengo en casa.

El aceite que yo uso es muy intenso, con muchísimo sabor y mucho aroma y si hubiera puesto más al final las magdalenas no habrían estado buenas. El resultado me ha gustado muchísimo porque son una magdalenas muy esponjosas y tiernas. La textura es toda una maravilla y además suben estupendamente ¡no hay más que ver el copete que tienen!

Me encanta la costra de azúcar que se hace en la superficie (sí, le puse una cucharada bien generosa que la cubría casi por completo pero merece la pena) y el olor y el gusto a aceite que te embriaga sin llegar a resultar excesivo.

Otra cosa que me ha sorprendido muchísimo es que aguantan como recién hechas hasta el último día. Me empeñé en racionarlas para ver cómo respondían al paso del tiempo y  nos duraron seis días ¡estaban prácticamente igual! No se endurecen para nada pero tampoco se humedecen perdiendo esponjosidad y haciendo más densa la textura.

Y para guardarlas no hice nada el otro mundo. Las metí en un tupper, procuré que no se quedara mal cerrado y listo. Tienen tanto copete que no me cabían en ninguna de las latas que tengo en casa porque no podía cerrarlas.

La receta me ha gustado tanto que es la que he presentado al concurso de recetas andaluzas que organiza esta semana la guardería de Lara para festejar el día de Andalucía.

Me fascinó tantísimo su sabor a magdalenas de toda la vida que quería compartirlas con todo el mundo así que cuando vi el cartel no dudé en apuntarme (porque además sólo había apuntada una abuela y me da mucha rabia la falta de colaboración) porque me gusta involucrarme con el centro al que acude mi hija cada día.

Es una manera diferente y divertida de relacionarte con la guardería y con otros padres y lo de menos es el premio (un juego de cuchillos o un delantal) cuando pasas un rato entretenido.

Si buscais una buena receta de magdalenas ¡de las de toda la vida! echad mano de esta que estoy segura que no os va a defraudar.

En casa ya han caído dos veces (una la de las fotos y otra para el concurso) y os adelanto que estoy maquinando algunos cambios para variar el sabor que espero salgan bien y seguir compartiendo con vosotros buenas magdalenas para que las recetas clásicas sigan estando más de moda que nunca.

Como viene siendo costumbre os dejo la que os tengo reservada antes de dejaros la receta ¡acompañadla bien con un café, un té o un buen chocolate!

Ingredientes:

* 135 gramos de azúcar

* 3 huevos

* 150 ml aceite de oliva virgen extra

* 100 ml leche

* 210 gramos harina para repostería

* 7 gramos levadura química (impulsor)

* La ralladura de un limón

* 1 cucharadita generosa de canela molida

* Azúcar para la superficie.

Elaboración:

1. En un bol ponemos los huevos y el azúcar y batimos hasta que la masa blanquee.

2. Añadimos la leche en un hilito sin dejar de batir y a continuación el aceite de oliva de la misma manera.

3. Incorporamos la ralladura de la piel de un limón (sólo la parte amarilla porque la blanca amarga)

4. Añadimos la levadura química y la canela y mezclamos bien.

5. Por último añadimos la harina tamizada y mezclamos hasta que quede bien intregrada.

6. Tapamos y dejamos reposar la mezcla en el frigorífico hasta un máximo de 24 horas.

7. Ponemos cápsulas de papel en nuestra bandeja para hornear muffins y con la ayuda de una cuchara para helados repartimos la masa.

8. Espolvoreamos con azúcar la superficie (opcional) e introducimos en el horno precalentado a  210º C. Horneamos unos 14-16 minutos hasta que estén hechas.

9. Apagamos el horno y dejamos con la puerta entreabierta cinco minutos. Sacamos, retiramos de la bandeja y dejamos enfriar por completo sobre una rejilla. 

Sí, esperar a que se enfríen es un poco cruel porque huelen tan bien mientras se hornean que de buena gana arrasarías con ellas recién apagado el horno.

Con estas cantidades me dio para doce magdalenas como las de la foto (las cápsulas son de LIDL y me gustan mucho porque no se mancha el papel con el aceite o la mantequilla volviéndose transparente como pasa con otras cápsulas más caras) y una más que es la de prueba y que por lo general hago en un molde de silicona para atacarla en cuanto está medianamente fría.

El número de magdalenas dependerá del tamaño de vuestras cápsulas. Tenedlo en cuenta también a la hora del horneado y sobre todo no os olvidéis que los tiempos de horno son orientativos y que siempre hay que estar pendientes del horno y comprobar el estado de cocción pinchando con una brocheta en el centro para no apagar el horno estando la masa cruda por dentro. 

El tema del copete consiste en ensayar y ensayar hasta tomarle el punto a tu horno. A mí lo que siempre me ha funcionado muy bien es dejar la masa reposando en el frigorífico (sobre todo porque a veces preparo la masa en la hora de la comida y la horneo por la noche o a la mañana siguiente) y calentar el horno a 200 o 210º C y mantener esta temperatura al menos los diez primeros minutos.

Según la receta a veces la bajo después a 180º C y en otras ocasiones, como con estas magdalenas, la dejo alta. 

Por último dejo la puerta del horno entreabierta unos cinco minutos antes de sacarlos y ponerlos sobre una rejilla.

No hay más trucos. No le deis vueltas a la cabeza pensando que hay algo más que nadie cuenta. Tampoco hace falta preparar la masa con un robot de cocina. En el 99,99 % de los casos hago siempre las masas con varilla manual (el 0.01% restante son las masas con levados que me las hace la panificadora) y podéis echar un vistazo a cualquiera de mis muffins y magdalenas y ver que (casi) todas tienen un buen copete.

El resfriado de Lara no ha ido a más por el momento. El viernes la volvió a escuchar la pediatra porque se quejaba de dolor de oídos y efectivamente los mocos se le estaban empezando a pasar al oído pero aún no habíamos llegado a la otitis. Con aerosoles para evitar que bajen al pecho, con muchas limpiezas nasales con suero para mantenerla libre de mocos y un spray para la nariz por la noche estamos capeando el resfriado lo mejor posible.

Para evitar males mayores cuando está malita duermo con ella, así no despierta, ni llora y mucho menos vomita en la cama y ambas podemos descansar. Yo un poco peor porque me acribilla a patadas pero nos evitamos el espectáculo de los vómitos.

Ahora hemos llegado a la fase que cada mañana cuando comienzo a vestirla empieza a decir que cole no. Así llevamos algo más de dos semanas y espero que se le quite. Porque yo callo y otorgo, pero cuando la siento en su silla le digo que hay que ir a la guardería que hay que jugar y aprender. Y al llegar hace pucheros, se aferra a mí e incluso algún día llora, pero luego está tan contenta cuando la recoges.

Me despido por hoy. La semana que viene nuevas recetas y más cositas en las Crónicas de Lara. Hasta entonces sed felices y disfrutad en casita que en finde pinta frío y lluvia.

Manos a la masa y ¡bon appétit!